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A salvo por el sol y un pueblo solidario

Arturo Massol Deya proyecto 50conSol

Mucho antes de que María Medina Mejías se sometiera a terapias diarias de diálisis, de que acudiera a un quirófano para una cirugía de “corazón abierto” y de que hiciera malabares para que los $410 mensuales del PAN le rindieran “hasta el próximo depósito”, pocas cosas le perturbaban.

Muchas menos le quitaban el aliento.

Vivía a plenitud en la casita de concreto, madera y zinc que su esposo e inseparable compañero, Marcos Plaza Rosas, construyó para ella y los dos hijos fruto de su unión.

A plenitud, porque allá, en la cúspide de la comunidad Ballajá, en el barrio Saltillo de Adjuntas, raro es que florezcan las tribulaciones de la vida citadina, se perciba el ruido de las opiniones ajenas o se respire el rancio aroma del egoísmo y la apatía.

Allá, junto a los suyos, casi tenía todo lo que su alma y cuerpo necesitaban, hasta que por la ventana del 20 de septiembre entró un vendaval que no esperaba; no con la fuerza ni tempestad de la otra María, el huracán.

Milagrosamente, su casita sobrevivió. Como si la protegiera algo sobrenatural.

Lo que no resistió fue el espejismo de la “sólida” infraestructura eléctrica de su comunidad. La misma de la que dependía para encender el equipo de diálisis portátil que a toda hora le acompaña en su dormitorio.

Durante las primeras noches, ella y Marcos pensaron que era mejor olvidarse: que en cuestión de días todo regresaría a la rutina. Pero desde entonces, lo único que se ha vuelto rutina es la incertidumbre y la precariedad.

Una fragilidad que no deja de pasar factura a su salud y que, ahora sí, a María le quita el aliento.

Sin electricidad para su tratamiento, desde hace dos meses depende de una infusión de sueros cada dos horas o un viaje de 40 minutos hasta el Centro de Diálisis más cercano, el de la urbanización Punto Oro en Ponce.

“Eso cuando tengo carro”, aclaró su esposo. “Cuando no, tengo que ir a la Casa Alcaldía a ver si me asignan la guagua del municipio, como hace dos semanas atrás. Tengo que bajarla hasta allá a pie o a pon”, continuó.

Por desgracia, María admite que el método de sueros no es tan efectivo como la diálisis del centro o su equipo eléctrico y, por consecuencia, a diario se ahoga en fatiga y debilitamiento. “Mi cuerpo entonces no libera las toxinas que tiene que liberar”, recalca.

A salvo por el sol

Esta realidad, por fortuna, cambiará antes de que el agobio y desaliento tapien sus esperanzas.

Tan pronto como esta semana, solidaridad, sol y tecnología conspirarán para que María retome sus terapias en el hogar y vuelva a ser la de siempre, la más dichosa madre y esposa del campo.

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