Conversadoras, creativas, laboriosas y luchadoras persistentes, son algunos de los adjetivos que podrían comenzar a describir la tenacidad de cuatro mujeres con personalidades variadas, que viven en distintos puntos cardinales de Puerto Rico, pero que tienen algo en común: el liderazgo que ejercen en sus comunidades en favor del bien común y la conservación de la naturaleza que compartimos.
Conversar con Yvette Núñez, lideresa de la Coalición Para la Conservación de los Ecosistemas Santurcinos (C.R.E.S); Idabel Torres, encargada líder del huerto comunitario de Marrueño, en Ponce; Lidia Diaz, co fundadora de Yabucoeños Unidos por la Cultura Autogestión y Ecología (YUCAE); y Deborah Colón, secretaria de la Junta Comunitaria de Cialitos, Inc., en Ciales, da cuenta del compromiso de estas mujeres con la naturaleza y sus comunidades, cuyas acciones rebasan las diferencias generacionales que hay entre ellas y las distancias geográficas que las separan.
La historia de Yvette Núñez es como una parábola en la que se regresa a la semilla, al lugar preciado. Ha sido sanjuanera de toda la vida. Criada en Cupey, formada en antropología e historia del arte en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, trabajó durante casi nueve años para una acaudalada familia que es dueña de vertederos y se dedican al desarrollado urbano.
Una vez graduada de la universidad, y cuando ya llevaba más de diez años residiendo en la costa sanjuanera, se integra al Grupo 7 Quillas, que se dedica la conservación y monitoreo de tortugas marinas en las playas de San Juan.
Con 7 Quillas, Yvette participó de los perfiles que se prepararon de las playas capitalinas, liderados por la Doctora y Profesora Maritza Barreto Hicieron ajustes en el sistema de monitoreo de los nidos de tortugas marinas. Comenzaron campañas para controlar el uso de los plásticos en las playas y fomentar la conservación de las especies que están en peligro de extinción, así como la restauración de los ecosistemas playeros.
Casi para esa misma época, Yvette conoció a quien hoy es su esposo, Juan Murcia, un bogotano de nacimiento, biólogo marino por formación y quien tenía un interés particular por los arrecifes de coral caribeños.
Las inquietudes de Juan e Yvette, quien había hecho su tesina de bachillerato sobre el desarrollo urbano de Santurce desde su perspectiva cultural, social y ambiental, en relación con la conservación de la naturaleza, coincidieron en la creación de la Coalición Para la Restauración de los Ecosistemas Santurcinos (CRES), una organización que integra a la comunidad con sus entornos naturales costeros, mientras promueve su conservación y restauración.
“En CRES tenemos varias iniciativas en curso, como la siembra de corales, la restauración de dunas playeras. Esta iniciativa la trabajamos en conjunto con el jardín comunitario, llamado BUC, en la urbanización Bucaré, en Punta Las Marías, donde tenemos unos 700 arbustos y plantas rastreras características de las costas. Cuando hacemos una restauración de dunas, aprovechamos la alianza que tenemos con Para la Naturaleza. Ellos nos suplen de árboles nativos y endémicos, como la uva playera, el icaco, la uvilla, que sembramos junto a las plantas rastreras que hay en nuestro huerto, como lo son la verdolaga o la pata de cabra”, explica Yvette.
Luego del paso del huracán María, Yvette decidió trabajar a tiempo completo para CRES y ahora dedica sus horas a la consultoría de enlace comunitario. Para Yvette, CRES debe convertirse en “una red en las que las comunidades se comuniquen para ellas tomen las acciones determinantes en el manejo de los ecosistemas de los que también son parte”.
“En la mayoría de las ocasiones, las soluciones ambientales que trae el gobierno a la mesa no son las mejores. Por eso es importante dedicarnos al estudio, como hicimos con los perfiles de playa, para presentarles, tanto a los funcionarios como a los ciudadanos, a los estudiantes y voluntarios, argumentos reales en favor de mejorar la interacción humana con los ecosistemas mediante prácticas más sustentables”, explica Yvette, al tiempo que señala a la erosión, tanto la costera, como la montañosa y la ribereña como el reto ecológico más apremiante que enfrenta Puerto Rico.
A pesar de la magnitud del reto y las dificultades, Yvette apuesta a la fuerza de la mujer para agitar las conciencias cuando “no son valoradas o soslayadas en las posiciones de poder para tomar determinaciones sobre el medioambiente que podrían afectarle directamente”.
Sin embargo, añade, “muchas microempresas creativas sustentables son regidas por mujeres. Si podemos generar ingresos de manera sostenible podemos seguir haciendo proyectos nuevos. Y si podemos realizar esta red comunitaria en Santurce, tal vez podemos tomar toda esta experiencia y replicarla, y mejorarla, en todos los pueblos costeros”.
Una sembradora con los pies en la tierra
Idabel Torres es una conversadora precisa y una mujer profundamente dedicada a servirle al prójimo, así como a su familia. Criada en el barrio Marrueño, en Ponce, dice que no era una persona “interesada en los huertos o fincas, más bien era una manera de vivir aventuras o experiencias en la naturaleza. Como el recuerdo de ir a buscar café en la loma, pero ¡cuando me picaban las abejas o las hormigas salía corriendo!”.
Idabel pasó cinco años entre Valencia y Madrid, España, donde estudiaba para convertirse en religiosa de la Congregación Operarias del Divino Maestro. Sin embargo, tuvo que regresar a Puerto Rico para hacerse cargo de los cuidados de su madre. Una vez en Puerto Rico, tomó cursos cortos para reparar computadoras, como una manera de ganarse la vida. Pero en Idabel latía la voluntad de servicio.
“Me llamaba la atención la vocación de servicio, el ser misionera. Y la congregación se dedicaba a la enseñanza. Pero me interesaba más esa parte de ayudar y tener un contacto directo con la gente. Ayudar haciendo, directamente”, apunta con convicción.
Un año antes del paso del huracán María, Sandra Franqui, supervisora de la región suroeste de Para la Naturaleza, y Diana Rodríguez, intérprete ambiental del Área Natural Protegida Hacienda Buena Vista, en Ponce, le hicieron un acercamiento a Idabel para que liderara la iniciativa de desarrollar un huerto en la comunidad de Marrueño, bajo el mecenazgo y respaldo de la organización.
“Cuando comenzamos a crear el huerto tomé más conciencia de nuestro entorno, de la importancia de conservar los suelos, de la calidad del agua de nuestro río. Así que hicimos reuniones y convocamos a voluntarios para trabajar en el huerto. Comenzamos con 6 terrazas y ahora contamos con 12”, cuenta con orgullo, al tiempo que detalla que ya han cosechado guineos, cacao, ajíes, jalapeños, tomates, recao, cilantrillo, albahaca, albahaca morada, juana la blanca, orégano y orégano brujo, entre otros.
Y aunque la vida rural, apegada al río Castillo y el huerto de Marrueño, parezca idílica, Idabel anda con sus pies bien puestos en la tierra y reconoce sin reparos que “el problema que Puerto Rico tiene con la basura es uno muy serio. No hay un programa consistente de reciclaje. Por ejemplo, aquí tengo que llevar materiales reciclables a Plaza del Caribe, a más de 20 minutos en carro desde mi casa. ¿Cómo puede hacer esto una persona que no tiene los recursos ya sea por su salud o condición económica? Pero cuando tú ves a mis vecinos limpiando el río y el trabajo que da, te inspiras y tomas más conciencia. Todo comienza porque consumamos menos, por llevarnos todos los desperdicios que generamos y que no pertenecen a los ríos”.
Al preguntarle cómo vislumbra el futuro de su comunidad y huerto a corto y largo plazo, Idabel no escatima en imaginar un mejor futuro, “contar con un sistema de riego más estable para el huerto. Y que este lugar se convierta en uno donde la gente nos visite, en el que compartamos la experiencia de conocer de dónde provienen nuestros alimentos, donde compartamos la importancia de cuidar la tierra, sobre todo esta tierra al lado del río (Castillo), que el río siga limpio, que mis sobrinos y los sobrinos o hijos de mis sobrinos puedan seguir bañándose en sus aguas, disfrutando.”
“Nuestra gente pagó con su salud”
Lydia Diaz tiene una memoria impecable, es una narradora natural y una gran capacidad para idear soluciones para problemas complejos en el que tienen que interactuar diversas personas e instituciones. Nacida en el pueblo de Naguabo es la undécima hija de 13 hermanos y es la vida y alma de la organización YUCAE.
Luego de completar sus estudios escolares en Naguabo, Lydia se formó en Bienestar Social en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Humacao, y más tarde completó una maestría en Trabajo Social en la Universidad Interamericana.
Ya para el 1979, la joven Lydia se desempeñaba como maestra de educación especial del programa Homebound. Luego de tomarse unos años fuera del ámbito laboral, tras el nacimiento de sus hijos Luis Daniel y Rosie, se convirtió en trabajadora social del Departamento de Educación y desde sus 23 años es residente del barrio Tejas, en Yabucoa.
Más tarde fue trabajadora social para el Procurador de Menores de la Rama Judicial de Puerto Rico, hasta el 2004 cuando “se retira, entre comillas”, comenta Lydia riendo, “porque ahora quiero hacer tantas cosas que necesito una agenda de 14 días semanales”.
Antes de que Lydia se retirara, junto a su esposo Luis Daniel, así como con miembros de la comunidad, habían comenzado a organizar a la comunidad de Tejas para que juntos presentaran soluciones al problema que tenían de acceso al agua, la cual tenían que acarrear desde las quebradas cercanas.
Fue así como completaron los trámites y requisitos necesarios para que la entonces agencia federal Farmers Home (hoy USDA Rural Development) le diera un préstamo a la comunidad de medio millón de dólares que requerían para la construcción de un acueducto comunitario. Lo lograron. El acueducto de Tejas fue en su momento el primer y único acueducto comunitario gestionado por la propia comunidad en Puerto Rico, un ejemplo que otras comunidades han emulado.
“Ahora nuestro acueducto es una cooperativa, saldamos el préstamo y contamos con empleados de la propia comunidad, dos de ellos a tiempo completo y tres a tiempo parcial”, recuerda con orgullo.
Lydia también es una hábil luchadora ambiental. Fue parte del Comité de Yabucoeños Pro-Calidad de Vida, la organización padre de YUCAE que hoy lidera, y que por décadas libró una batalla épica contra las industrias que contaminaban inmisericordemente el valle de Yabucoa, como lo fueron la Sun Oil, Union Carbide, JR Reynolds y la Central Roig.
“El hollín de la actividad industrial llegaba al barrio Tejas, lo respirábamos, hasta se oscurecía la ropa tendida al sol. En aquella época me dedicaba al trabajo social y estábamos investigamos el alto ausentismo escolar y pudimos descubrir, con la asesoría científica de médicos e investigadores, que el ausentismo estaba relacionado con las enfermedades respiratorias”, recuerda Lydia.
La topografía particular de Yabucoa y su valle, que tiene una forma de herradura desde su apertura en Playa Lucía hasta las montañas que la flanquean, creaba un efecto de retención del aire con los gases que chocaban con las montañas una vez eran impulsados por la brisa marina y no tenían donde discurrir. Esto provocó, en más de una ocasión, que se registrara lluvia ácida que afectaba a la población y a los ecosistemas costeros, como un episodio de lluvia ácida que hubo en la playa Guayanés.
“Nuestra gente pagó con su salud, los acuíferos se afectaron. El valle de Yabucoa, que es el más extenso dentro de los límites de un solo municipio en Puerto Rico, con cerca de 11,500 cuerdas de terreno, estaba degradado. Las industrias como Sun Oil usaban más 4 millones de galones de agua gratis, para sus operaciones. Tenían licencia para matar, para matar el aire, el agua y de paso matarnos con la contaminación y el ruido”, recuerda con aplomo.
La batalla entre la comunidad yabucoeña y las industrias contaminantes duró décadas. Las industrias amenazaban con irse y argumentaban que ya no serían parte del desarrollo económico de Yabucoa si el gobierno no les permitía funcionar bajo los parámetros de operación que estaban afectando la calidad de vida de los yabucoeños.
“Y se fueron. Y no dejaron nada, ni desarrollo económico, ni calidad de vida, ni un hospital, ni un parque, ni una escuela. En cambio las siembras que había en el valle agrícola se afectaron, los farináceos, perdimos costa, perdimos terrenos a costa de la erosión y los acuíferos y embalses quedaron en estado crítico debido al abuso y su explotación desmedida”, recuerda.
En el 2014 se derribaron las últimas chimeneas que eran parte de las ruinas de lo que fue la refinería Sun Oil. Aproximadamente un año antes, el Comité de Yabucoeños Pro-Calidad de Vida, se vio en la necesidad de cambiar su enfoque comunitario en favor de la autogestión. Nació YUCAE.
Dos de las iniciativas principales de la organización son el ecoturismo y la agroecología como herramientas para conectar a la comunidad con el entorno natural que los rodea, específicamente con la Reserva Natural Inés María Muñoz Mendoza (Punta Yeguas), donde se desarrollan las actividades ecoturísticas de carácter comunitario y cercano a la finca agroecológica donde siembran y cosechan yuca, sin la utilización de fertilizantes ni sustancias químicas, ni utilizando maquinaria, como tractores. En su lugar, aprovechan la fuerza de dos bueyes enyuntados y la voluntad humana para arar la tierra.
“En el 2014 sembramos 2 semillas de yuca como experimento y cosechamos 7 libras. Luego Luis Daniel (su esposo) lideró un grupo de estudiantes voluntarios que nos ayudaron a construir 2 bancos de siembra ¡y salieron 52 libras! Desde entonces hemos tenido semillas y las sembramos. Creamos la finca como parte del acuerdo colaborativo entre YUCAE, Para la Naturaleza y el Municipio de Yabucoa, para darle fortaleza al proyecto. Hemos traído a jóvenes voluntarios que están aprendiendo y capacitándose sobre las disciplinas de agroecología, ecoturismo, mientras que otros nos ayudan en el mantenimiento de los caminos, en la siembra de árboles nativos. Una alianza con la Cooperativa de Ahorro y Crédito de Yabucoa nos permitió capacitarnos en empresarismo y también creamos la oferta ecoturística de la que ya hemos recibido recomendaciones de la Compañía de Turismo”, abunda.
Lydia ha liderado otras iniciativas de autogestión de YUCAE, como la venta de productos derivados de la yuca que han exportado a las comunidades boricuas en el estado de Florida y han comenzado a vender la yuca y piña que cosechan en la finca de la organización entre los vecinos de la comunidad.
“También tenemos papayas, guineo, plátano y yautía”, agrega Lydia, al enumerar la lista de los alimentos que YUCAE ha cosechado, al tiempo que repasa que la organización y su oferta ecoturística “también están en la plataforma E-Farm, Facebook, Twitter e Instagram”, así como quien no quiere la cosa, oscilando desde la agricultura al mercadeo digital ecoturístico.
Si le preguntaran qué le preocupa, Lydia diría que le inquieta el que “los jóvenes se están yendo del País. Necesitamos forjar más alianzas para crear oportunidades entre nosotros. Por ejemplo, hicimos una alianza con el grupo de agricultores ecológicos A la Cosecha y ya algunos de ellos se han adiestrados con nosotros como intérpretes ambientales. También queremos crear un proyecto conjunto de crianza de pequeños rumiantes, como cabras, ovejas, para crear empleos más permanentes. Al final, YUCAE tendría 3 ofrecimientos y oportunidades, en lugar de dos, el proyecto de siembra y yuca agroecológica, la oferta de recorridos y veredas y el proyecto de los pequeños rumiantes”, concluye con el aplomo de quien tiene una ruta bien trazada.
“Decidí el llevar el conocimiento que había adquirido a la comunidad”
Deborah Colón se crió en el barrio Cordillera, en Ciales. Cuando tenía cinco años vivió un evento traumático que transformaría su vida. Su familia perdió su casa en un incendio y tuvieron que mudarse al Residencial Fernando Sierra Berdecía, en el área urbana del municipio.
“Me impresionó para siempre haber estado aquellos primeros años con mis abuelos agricultores y de repente pasar a vivir en una cueva de cemento como lo era el residencial, para mi imaginación de niña”, recuerda mientras afina el mal recuerdo con la grata memoria de la convivencia que experimentaba junto a sus vecinos y amistades, quienes crearon un ambiente solidario “en el que comenzaron a criar animales y a sembrar en los predios del residencial”.
Confiesa que se adaptó a la vida en la “cueva de cemento” gracias a los veranos que pasaba junto a una de sus abuelas, en la montaña y de quien comenzó a aprender sobre la “sabiduría de las plantas”.
Una vez concluye su etapa formativa, toma cursos de secretarial y administración en el Instituto Tecnológico de Manatí. Relata que su familia había invertido mucho en la educación de sus otros cuatro hermanos, quienes asistieron a la Universidad de Puerto Rico, por lo que decidió quedarse a estudiar en la zona para atender a su madre quien quedó encamada debido al deterioro de su salud.
Años más tarde volvería a recuperar su conexión directa con la naturaleza tras casarse con su actual esposo Héctor Ortiz, quien tenía una finca en la que comenzó “a trabajar con esa sabiduría y conocimiento que tenía de la tierra. No es lo mismo, por ejemplo, ir a comprar huevos en el supermercado que buscarlos entre las gallinas”.
Deborah continuó cosechando conocimiento cuando se capacitó con el Programa de Extensión Agrícola en cursos cortos de nutrición, coser, tejer, elaboración de aceites esenciales con plantas medicinales y preparación de mermeladas.
“Decidí llevar el conocimiento que había adquirido a la comunidad. Quería que las personas que tuvieron mi experiencia, que se tenían que quedar en casa pudieran adquirir este conocimiento. Luego me involucré en el rescate de un centro comunitario y la cancha de mi comunidad Cialitos, que estaban abandonados”, comenta la también secretaria de la Junta de Acción Comunitaria Cialitos, Inc.
Luego del rescate del centro comunitario y la cancha de la comunidad, Dévora apunta a que la próxima meta es conseguir el c0-manejo de estas facilidades, mientras se entrenan en el proceso parlamentario “para que nos ayude a tomar mejores decisiones”.
Cuando le inquirimos sobre cuál es el problema ambiental más apremiante que encara Puerto Rico, Deborah no dudo en apuntar a la contaminación de los cuerpos de agua con basura.
“Mucho de lo que destruyó el huracán María fue a parar a nuestros ríos. Sillones, sofás, mesas, cemento, eso lo vi. Me parece que no hay una conciencia colectiva de lo que estamos haciendo. Si no nos educamos y aprendemos de nuestros errores vamos a seguir acelerando el cambio climático. Tenemos que tomar acción colectiva, las comunidades, el gobierno. Nosotros hemos creado este problema. Pero ya no hay más tiempo para las palabras, hay que pasar a la acción”, concluye.