El censo de 1858 de la Hacienda Buena Vista (HBV), en Ponce, documentó la presencia de 57 personas esclavizadas, entre ellas Rosa, Ignacio y Felipe. Ahora, detrás de cada nombre, hay una historia que contar, revelando una parte esencial y por mucho tiempo invisibilizada de nuestro pasado.
El fenecido historiador Guillermo Baralt, en su obra La Buena Vista, destacó que Salvador de Vives, originario de Gerona, España, embarcó en Ponce en 1821 junto a su esposa Isabel Díaz, su hijo Carlos y dos mujeres esclavizadas, al igual que muchos otros emigrantes de Venezuela y de las colonias europeas en el Caribe.
“Desde la fundación de la estancia Buena Vista en 1833, don Salvador aseguró su prosperidad y su desarrollo con una fuerza laboral predominantemente esclavizada que sobrepasó el medio centenar”, reza el libro, en el que se indica que para la época de mayor apogeo de la fábrica de harina de maíz y el cultivo de frutos menores (1858), la hacienda contaba con 57 personas esclavizadas.
Atendiendo las omisiones
Mariana Rivera Figueroa, superintendente de la Cuenca Sur de Para la Naturaleza, afirmó que ya es tiempo de que la historia de las personas esclavizadas en la hacienda sea visibilizada. “Se omitió parte de la historia y una vez se tiene la conciencia de la información, es imposible seguir omitiéndola”, afirmó, al tiempo que propuso una reinterpretación que esté más cercana de la realidad de lo que ocurrió en el espacio.
“No todo fue positivo y a veces es difícil hablar de estos temas; tenemos miedo de abordarlos de manera incorrecta, pero es un aprendizaje que tenemos que asumir, porque es una responsabilidad urgente”, subrayó la superintendente, quien describe este esfuerzo como la manera de contar una historia más completa y justa.
Meritzi Pagán Orengo, coordinadora de interpretación, explicó que el propósito de incluir en los recorridos las historias de vida de las personas esclavizadas es visibilizar su trabajo y esfuerzo como piezas fundamentales del desarrollo de la HBV y evidenciar la huella que dejaron en el recinto.
Ana Beatriz Esmurria Torres, intérprete ambiental, recordó que, identificada con la inquietud de la superintendente, fue en búsqueda de documentación, apoyada por Raúl Rivera Collazo -representante de servicio y cuya formación académica es en historia-, para visibilizar esa parte relegada de la historia de la esclavitud en la hacienda que no se estaba abordando. “Esto humaniza la historia. Estamos viendo no solamente un espacio; estamos reconstruyendo sus historias de vida”, abundó la intérprete ambiental.
Raúl Rivera, por su parte, resaltó que la iniciativa y su proceso de creación estuvo impulsado por la aspiración de contar las historias de estas personas en toda su dimensión, “con alma, mente, sus propias decisiones y vidas. Para nosotros fue un proceso de descubrir”.
Recopilando piezas de la historia
Esmurria y Rivera relataron que, para el verano de 2022, como paso inicial, identificaron fuentes de información fidedignas para reconstruir las historias de vida de las personas esclavizadas registradas en el censo de 1858, cuando hubo la mayor cantidad de personas esclavizadas en la hacienda.
Entonces, explicó Rivera, comenzaron a generar una línea de tiempo y espacio recurriendo, en primera instancia, al recinto histórico cuidadosamente restaurado en la hacienda. “En la colección histórica de Para la Naturaleza tenemos registros, cartas y documentos de la época recopilados por generaciones de la Familia Vives, como, por ejemplo, el edicto publicado el 31 de marzo de 1873 en la Gaceta Extraordinaria, que anuncia la promulgación de la Ley de la Abolición de la Esclavitud en Puerto Rico, dejando en libertad a aproximadamente a 30,000 personas esclavizadas que vivían en el archipiélago. No obstante, condicionó a las personas que fueron esclavizadas a pactar contratos por tres años con los que fueron sus amos, otros propietarios y con el gobierno insular de la época.
Otros de los documentos de la colección de Para la Naturaleza utilizados para trazar las trayectorias de vida de, al menos, dos personas, Felipe e Ignacio, fueron sus cédulas, exhibidas en las paredes del salón principal de la estancia. Estos registros contienen datos descriptivos como, por ejemplo, edad, origen, oficio, estatura, forma de cara y de nariz, además del color de ojos y piel, entre otros. La cédula de Felipe, nacido en África, detalla también marcas tribales en sus brazos en forma de escalera, que pueden indicar su lugar de procedencia.
Las cédulas corresponden al periodo de Carlos Vives, segundo hacendado de la Buena Vista. Para diciembre de 1839, Felipe tenía 14 años, mientras que para agosto de 1851, Ignacio tenía seis.
“En este caso, estos registros fueron enviados a la alcaldía de Ponce, o como se le conocía en aquel momento, los Corregimientos”, explicó Rivera, a lo que agregó que se establecían descripciones físicas muy detalladas de las personas esclavizadas, para saber a qué hacendado pertenecían en caso de que se escaparan.
Como punto de partida, explicó, recurrió a publicaciones de historia, como el mencionado libro de Baralt, además de otro de sus títulos, Esclavos rebeldes: conspiraciones y sublevaciones de esclavos en Puerto Rico. También leyó Verdadera y auténtica historia de la ciudad de Ponce, de Eduardo Neumann. Los últimos dos libros, aunque no abordan directamente el tema de la esclavitud en la Hacienda Buena Vista, ubican en un contexto histórico la sociedad del momento.
Tuvieron acceso también a documentos originales de la época en Proficio, el sistema de manejo de la colección de Para la Naturaleza, además de artículos recopilados por el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico cuando se restauró el espacio.
No toda la información estaba disponible digitalmente, por lo que, como parte de su investigación, acudieron a documentos en el Archivo General de Puerto Rico y en el Archivo del Municipio de Ponce. Este último espacio, sostuvo Rivera, tiene una de las colecciones más completas de la región sur; allí encontraron documentos de sorteos para concederles la libertad a los esclavizados con información provista por Carlos Vives en los años 1845 y 1852.
Transcribiendo la realidad
Las cartas, registros y otros documentos de la época, abundó Rivera, tienen que ser transcritos por las diferencias con el lenguaje de nuestros tiempos y hacerlos legibles, preservando el mensaje y el contexto original de estos y su periodo histórico.
“Nosotros hicimos las transcripciones, las pasamos a tablas de Excel y le dimos un poco más de uniformidad, porque la realidad es que los documentos no todos necesariamente son tan fáciles de leer. Algunos están muy deteriorados, lo que complica un poco el proceso”, relató.
Por otro lado, reconoció, muchos de los documentos fueron escritos desde el punto de vista de los esclavizadores, que no necesariamente tenían interés en conocer ni resaltar detalles de las vidas de seres que no reconocían como personas y a quienes más bien, veían como propiedad.
Por esta razón, entiende que una de sus responsabilidades como historiador “es ser consciente de que la perspectiva que estamos viendo y leyendo, es inicialmente de la persona que esclavizó y es nuestro trabajo en este caso, ver fuera de ese lente”.
Armando el rompecabezas
Ya con un panorama más claro de la vida de las personas esclavizadas, el proceso de incorporar fragmentos de sus vidas en un recorrido histórico, plantea serias interrogantes.
Esmurria describió el proceso como “bien cuesta arriba y complicado, porque estás trabajando con algo que ya está establecido, con un recorrido que llevaba muchos años. Desde pequeña, estoy escuchando una narrativa del espacio, entonces transformar eso, cambiar eso, es complicado”.
Otro reto que surgió como parte del proceso, fue integrar la nueva información sobre las personas esclavizadas descartando a su vez, otra información para mantener el recorrido en una duración de hora y media. “Hubo veces en que yo no sabía qué quitar, qué poner… no estaba segura”, rememoró la intérprete.
Rivera compartía esa misma preocupación y se preguntaba “¿cómo incorporamos toda esta información a un recorrido que ya de por sí es extenso sin quitar la historia de la familia Vives, pero reconociendo también que no es la única historia que hay en el lugar, que hay otra parte que no había sido contada, que había sido ignorada. ¿Cómo traíamos esto a la luz, al mismo tiempo, cumpliendo con esa hora y media? Ese fue el desafío principal”.
“Tratamos de buscar un balance entre todos los puntos de vista de la historia para poder crear este recorrido con una narrativa más completa del espacio sin sofocar ninguna voz”, aseveró.
Las vidas detrás de los nombres
Estableció Baralt en su obra La Buena Vista, que Rosa fue residente de la hacienda desde 1837, cuando fue comprada a los nueve años de edad. Fue madre de cuatro hijos: Rodolfo, Dionisia, Ignacio y Junco.
La intérprete ambiental siempre la menciona en sus recorridos. “Rosa fue una de las primeras esclavizadas en la Buena Vista y podemos trazar su historia. Fue cocinera y pudimos ver que, incluso, después de la abolición de la esclavitud, aparece como una de las recogedoras de café en el espacio”, expuso Esmurria.
Rivera, por su parte, indicó que Rosa fue una de las esclavizadas domésticas dentro de la hacienda y que heredó un pequeño terreno en la parte trasera del lugar, en donde sembró guineos ‘mafafos’. Ignacio, uno de sus hijos, es el que más aparece en los censos “y de quien más hemos podido trazar un mapa de vida dentro de este espacio”.
“Ignacio era uno de los niños a quien se le asignaba limpiar los registros de limpieza del canal de la Buena Vista. En contexto, es un túnel que tenemos en el sistema de canales, arriba en la montaña. Dentro del túnel, sacaban los residuos naturales, lo cual no era un trabajo necesariamente bonito ni agradable. Era complicado porque entraba a un túnel completamente oscuro, con agua fluyendo”, detalló Rivera.
A pesar de que a la mayoría de las personas en el censo se les identificaba como labradores de oficio, la intérprete relató que, “por historias orales y otros documentos, sabemos que esto no era lo único que ellos hacían. Ellos no solo labraban la tierra; también manejaban la maquinaria y daban mantenimiento a las estructuras, entre otras tareas”.
Rivera, por su parte, comentó que “muchos de los nombres de los registros desaparecen del récord de la Buena Vista, eso significa que pudieron haber sido vendidos a otras haciendas, o los movieron a otros espacios”.
La intérprete ambiental concluyó que es “bien importante que no olvidemos nuestra historia, que sepamos de dónde venimos; eso es parte de quiénes somos. Saber que estoy aportando para que las futuras generaciones no olviden esta parte de su historia, es bien satisfactorio para mí”.
Las revisiones al recorrido histórico de Hacienda Buena Vista son parte de una iniciativa mayor de Para la Naturaleza, que busca reexaminar y expandir la información que proveemos sobre nuestros espacios con un pasado de esclavización, para visibilizar y dignificar las vidas de las personas esclavizadas que habitaron en ellos. Aspiramos a proveer una interpretación inclusiva, responsable y equitativa en nuestras áreas protegidas que abone al entendimiento de las realidades de la esclavitud y su legado hoy.